1931-LAS CORTES REPUBLICANAS ESPAÑOLAS CONSAGRABAN EL VOTO FEMENINO

El 1 de octubre de 1931 las mujeres obtenían el derecho al voto en España, al aprobarse en las Cortes el artículo constitucional que consagrara el derecho al voto femenino. Eran tiempos de la Segunda República española. 

Se impuso el SÍ.

En los diarios de sesiones de la época se recogen con detalle los argumentos de una izquierda dividida, que desconfiaba del voto de la mujer, influenciada por "la sacristía y el confesionario".

En esas Cortes sólo había tres mujeres y, paradójicamente, dos de ellas, Clara Campoamor y Victoria Kent, protagonizaron las posturas contrapuestas en un debate intenso y, finalmente, histórico.

Dijo Kent que la mujer "para encariñarse con un ideal, necesita algún tiempo de convivencia con el mismo ideal", asegurando que, si todas las españolas fueran obreras o universitarias "y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino".

Campoamor, en contra de su propio partido, el Radical, fue la encargada de replicar a su colega para apostar por reconocer a la mujer como ser humano, por "pura ética", todos sus derechos. "Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano", advirtió a los diputados. "No dejéis que la mujer, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias".

Clara Campoamor (Carmen Eulalia Campoamor Rodríguez, nació en el madrileño barrio de Malasaña (Maravillas/Universidad), distrito Centro de la capital de España, el 12 de febrero de 1888-fall. Lausana_CH, 30 de abril de 1972) fue abogada española, pionera de la militancia feminista.

De humilde familia (madre costurera y padre contable en un periódico), a los 13 años tuvo que abandonar la escuela y comenzar a trabajar para contribuir económicamente en su casa.

Estuvo San Sebastián y en Zaragoza (ciudades a las que fuera destinada tras obtener una plaza en el Cuerpo Auxiliar de Correos y Telégrafos); retornando a Madrid. A sus 26 años se presentó a las oposiciones de maestra de personas adultas y las ganó; pero, al no tener ni siquiera el Bachillerato, solo pudo enseñar mecanografía y taquigrafía. Con gran afán de superación, esto la motivó para seguir estudiando.

Después comenzó a trabajar como secretaria en el periódico progresista La Tribuna, actividad que le permitió conocer a muchas personalidades del mundo de la política. A los 32 años comenzó a cursar el Bachillerato y, tras finalizarlo, sen matriculó en la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo, concluyéndola y licenciándose en solo dos años en la Universidad de Madrid, en 1924.

En 1925 se incorporó al Colegio de Abogados de Madrid, siendo la segunda mujer en hacerlo; un mes después que lo hiciera Victoria Kent. 

Comenzó a ejercer la profesión en un despacho situado en la Plaza de Santa Ana, en el barrio de las Cortes, distrito Centro de Madrid. Fue pionera en la actuación como abogada ante el Tribunal Supremo.

Al tiempo que ejercía su actividad como abogada, sus inquietudes políticas le llevaron a aproximarse a los socialistas y a fundar en 1931 la Asociación Femenina Universitaria, con el fin de preparar a las mujeres para la defensa de la República.

Fue elegida como diputada, siendo una de las tres primeras -junto con Margarita Nelken y Victoria Kent- que ocuparan bancas en las Cortes de la Segunda República. 

Ahora puede parecer extraño, porque si bien en 1931 pudo ser elegida diputada por el Partido Radical (republicano, liberal, laico y democrático), sin embargo no podía votar. Ya en el Parlamento fue elegida para formar parte de la Comisión Constitucional encargada de elaborar el proyecto de Constitución de la nueva República, en la que luchó fervorosamente para establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal, también conocido como el “voto femenino”. Posición que terminó imponiéndose.

En el discurso que pronunciara en las Cortes Constituyentes de la República española, el día 1 de septiembre de 1931, la diputada Clara Campoamor lo defendió así frente a Victoria Kent:

“Señores diputados:

Lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento ha debido de pasar, en alguna forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos habla de aquellos socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar contra los suyos.

Respecto a la serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la mujer, he de decir, con toda la consideración necesaria, que no están apoyadas en la realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿Y por qué no los hombres? Segundo: ¿Quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los hombres? ¡Las mujeres!

¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿Se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿Por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?

Pero, además, señores diputados, los que votasteis por la República y a quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres. ¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye para nada en la vida política del hombre, estáis -fijaos bien- afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre de esa personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que cerráis las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo.

No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en el Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto -que en España existe- no puede negárselo a la mujer. No es desde el punto de vista del principio, es desde el temor que aquí se ha expuesto, fuera del ámbito del principio -cosa dolorosa para un abogado-, como se puede venir a discutir el derecho de la mujer a que sea reconocido en la Constitución el de sufragio. Y desde el punto de vista práctico, utilitario, ¿De qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar de referirme a un estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en España.

Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año 1910, nada más, porque las estadísticas van muy lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo que dice esa estadística? Pues dice que, tomando los números globales en el ciclo de 1860 a 1910, se observa que mientras el número total de analfabetos varones, lejos de disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la mujer analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose a la proporcionalidad del analfabetismo en la población global, la disminución en los varones es sólo de 12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto quiere decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los dos sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura elemental de los hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910 ha seguido la curva ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el varón. No es, pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la obtención de este derecho.

Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos. En ausencia mía y leyendo el diario de sesiones, pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había ecuación posible y, con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la incapacidad de la mujer.

A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.

Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.

Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino.

No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención.

Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.

Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras en este debate. Perdonadme si os molesté, considero que es mi convicción la que habla; que ante un ideal lo defendería hasta la muerte; que pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.”


Siguieron en esos cortos años de la Segunda República Española otros avances en materia de igualdad: se hizo posible que las mujeres integraran los Jurados en los tribunales de Justicia; se estableció la obligatoriedad del seguro de maternidad y prohibición del despido por causas de la misma; se suprimieron los institutos femeninos de Segunda Enseñanza, que pasaron a ser mixtos y se legisló sobre el derecho al divorcio, llegando a intervenir como abogada en algunos casos con mucha repercusión pública.

Poco antes de que el golpe de Estado fascista resultante del alzamiento de Francisco Franco suprimiera tales logros, Clara Campoamor escribió en el año 1935 su libro “El voto femenino y yo: mi pecado mortal”, obra fundamental para el mejor conocimiento de su valioso aporte a la democracia. En el reseña detalles del proceso desarrollado para alcanzar su objetivo; las trabas que sus compañeros radicales y de otras formaciones republicanas pusieron para impedir que alcanzase a la meta e incluso su alejamiento del partido con el que en 1931 había llegado al Congreso. (“El voto femenino y yo: mi pecado mortal”-Clara Campoamor, reeditado en 2018, Librería y editorial Renacimiento, S.A., Polígono Industrial, Valencina de la Concepción, Sevilla –España. ISBN 978-84-17266-47-9)

Su lectura desmiente la falsedad recurrente de que los socialistas se opusieron al voto a la mujer. De los diputados que lo aprobaron, más de la mitad, ochenta y cuatro eran del PSOE. Cierto es que Indalecio Prieto consideraba prematuro reconocer este derecho, pero no lo es menos que el grupo socialista decidió que aquellos de sus diputados que no estuviesen de acuerdo se ausentaran del hemiciclo para no sumarse a los no, o no lo votasen. Solo veintiséis lo hicieron.

En el primer aniversario del nacimiento de la Segunda República española (14 de abril de 1931), Campoamor escribió que de todas las conquistas republicanas, ninguna era más prometedora que la redención política y jurídica de la mujer. Dijo entonces: “La vida nacional no será ya solo cosa de hombres; el sentido de la responsabilidad mutua dignificará las relaciones y elevará el tono moral de la sociedad”.

Tras el alzamiento, en julio de 1936, Clara Campoamor formó parte del primer exilio femenino de la historia de España, marchando a Ginebra (Suiza), donde vivió en casa de la abogada Antoinette Quinche y escribió el libro "La revolución española vista por una republicana" (1937). En 1938 llegó a la Argentina, radicándose en Buenos Aires, ciudad en la que vivió hasta 1955, año en el que retornó a Suiza, para residir en Laussane. 

Su polifacética personalidad hizo posible que pudiera reinventarse como conferenciante, articulista, traductora y escritora en Buenos Aires y en Lausanne; colaborando informalmente con estudios/bufetes de abogados.


Contemporáneamente, era depurada como funcionaria en España, siendo incoado un proceso en su contra ante Juzgado n° 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, siendo puesta en situación de “Busca y captura”.

El tan ansiado retorno a España no fue posible. Falleció en Laussane_CH, el 30 de abril de 1972. Más de tres años después, el 30 de noviembre de 1975, tras una larga agonía, moría en Madrid Francisco Franco; tras la restauración de la democracia pudieron volver los exiliados españoles a su Patria.

Por cierto, el 1 de octubre de 1931 es una de las fechas que debe recordarse en la Historia de España.

 

VIDEO

“CLARA CAMPOAMOR, LA MUJER OLVIDADA”

La película biográfica dirigida por Laura Maña, ‘Clara Campoamor, la mujer olvidada’, que dirigiera Laura Mañá, se centra en los días posteriores a la proclamación de la Segunda República española, reproduciendo las sesiones en el Congreso en las que Clara Campoamor convenció a la cámara de la necesidad de lograr el voto para la mujer, siendo desde entonces referente en la lucha por la igualdad de la mujer. La película recrea la apasionada defensa de Clara Campoamor a favor del voto femenino, seguida por la votación en la que se impuso la aprobación del sufragio universal frente a quienes defendían el ‘NO’.

En Madrid, el Congreso de los Diputados rechazó en octubre de 2010 la petición de la productora Distinto Films, siendo el Parlamento de Cataluña (entonces prácticamente vacío de diputados en precampaña), el que aceptara convertirse en el  marco escénico de la gesta histórica que protagonizara Clara Campoamor.

La coproducción de la TVE y la catalana TV3, junto con Distinto Film, fue estrenada a las 22:25 hs. del miércoles 9 de marzo de 2011 en la televisión estatal española.

Con guion de Yolanda García Serrano y Rafa Russo, fue dirigida por Laura Mañá, encabezando el reparto con el rol protagónico Elvira Mínguez (Clara Campoamor), Mónica López (como Victoria Kent) y Antonio de la Torre (en el papel de Antonio García).

Puede verse cliqueando sobre la imagen del póster siguiente:

                                                                         ©Enrique F. Widmann-IberInfo_Buenos Aires

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