ARGENTINA ANTES DE LOS AÑOS '40: LA REPÚBLICA NEOCOLONIAL

             Sin duda, Argentina fue -y es- un país rico, en recursos naturales y humanos. Lamentablemente, esa riqueza solo fue utilizada, con independencia económica y en beneficio de la Nación y de sus habitantes en escasas ocasiones, coincidiendo con el desarrollo del país y de su industria; sustituyendo importaciones y con notable mejora en las condiciones de trabajo y de vida del pueblo.

 

ANTECEDENTES

Para algunos, en el primer tercio del siglo XX la República Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Pero ¿Esa riqueza beneficiaba a todos los argentinos o solo a algunos pocos?

Mientras tanto ¿Cómo vivían los demás?

La expresión "tener la vaca atada" proviene de lo que se conoce como los años dorados de Argentina (fines del siglo XIX 1890 hasta 1940), época de abundancia –para pocos- cuando las clases privilegiadas de la República Argentina eran famosas por su riqueza, derroche y extravagancia.

        Era entonces un hábito de los grandes terratenientes y estancieros y sus familias viajar por placer hacia Europa (en forma especial a París), llevando una vaca de su propiedad a bordo de las lujosas naves en las que cruzaban el Atlántico, asegurándose la provisión de leche fresca durante el viaje y un buen asado, con carne de res recién faenada, estando cerca del puerto de destino. 

 

Otra costumbre de esa época era la de "tirar manteca al techo". En los años ’20 los jóvenes adinerados de Buenos Aires, los llamados pitucos, cajetillas o niños bien, adoptaron la costumbre de divertirse en los cabarets de moda, con trocitos de pan abundantemente enmantecados, que colocaban en el extremo de la hoja de un cuchillo de mesa, que arqueaban para tensarla; o los dientes de un tenedor y, a modo de catapulta, arrojaban los panecillos hacia el techo, tratando de dejarlos allí adheridos.

Son bien conocidas, al respecto, las anécdotas de Martín de Álzaga Unzué (Macoco), descendiente de Martín de Álzaga, un comerciante vasco alavés que luchara por la reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas.

Macoco Álzaga Unzué fue un famoso play boy argentino, figura destacada en la belle époque de París de los Années folles / Años locos, ciudad que reflejaba la imagen pagana del Paraíso, sobre todo en los años de esplendor y de paz entre las dos grandes guerras mundiales (1920 /1935).

Los padres lo habían enviado a Francia con la ilusión de que, al volver, tuviera un título de la Sorbona.

Macoco disfrutaba sin límites el dinero que le enviaban desde Argentina. Frecuentaba el restaurante Maxim´s, de la rue Royale, donde, en medio de la farra, catapultaba con un tenedor el trozo de manteca que debía acertar en los senos de una imagen de mujer en el célebre techo del lugar.

Fue inspirador en los franceses de la expresión frecuentemente repetida: "Riche comme un Argentin" / "Rico como un argentino".

        Pero ¿Es que en la Argentina agro-exportadora no había miseria? ¿O, en contrario, era el padecimiento de gran parte de la población?

 

En la Argentina no todos eran grandes terratenientes y estancieros ni tampoco estaban vinculados a los grandes “negocios” de la exportación agro ganadera o de materias primas sin elaborar.

Tampoco había industrias importantes y hasta bienes elementales –como la vajilla de loza- debían importarse.

La intervención británica en la economía argentina y en el aprovechamiento de sus recursos fue constante desde el período colonial, buscado imponerse por diversos medios, incluyendo la fuerza y las “operaciones financieras” de la banca de ese origen.

La red ferroviaria comenzó a desarrollarse a partir de 1857 en Argentina, proyectada, financiada y ejecutada inicialmente por argentinos. Como consecuencia del proceso de endeudamiento de la provincia de Buenos Aires y la crisis nacional de los años ’80 del siglo XIX, el gobierno provincial vendió el ferrocarril a un grupo inglés, antes del estallido de la revolución de julio de 1890.

Durante la gestión británica, los ferrocarriles estuvieron orientados hacia el puerto de Buenos Aires, cubriendo  en forma de abanico parte del territorio nacional, cumpliendo una función esencial para transportar y facilitar la salida del país de granos, carnes, alimentos y materias primas en general, como parte del diseño estratégico de Gran Bretaña, ejecutado por sus agentes locales.

En plena Década infame, el 1 de mayo de 1933 se firmaba en Londres un acuerdo entre la República Argentina y Gran Bretaña (‘Convención y protocolo sobre intercambio comercial’), suscrito por el vicepresidente de la Argentina, Julio Argentino Roca (hijo) -a instancias del presidente Agustín Pedro Justo- y el presidente del British Board of Trade Sir Walter Runciman, encargado de negocios británico.

 Poco después, el 26 de septiembre de 1933 se firmaban en Buenos Aires el Convenio suplementario de la Convención y su Protocolo que, con  el Convenio en si mismo, integran el conjunto de los instrumentos internacionales que en bloque se denominan Tratado Roca-Runciman.

Gran Bretaña reconocía una reducida cuota para el ingreso de carnes argentinas otorgando, a cambio, una serie de gravosas concesiones para la República Argentina, que remataba con la garantía que se le otorgaba a Gran Bretaña para el libre acceso a las divisas que necesitara para girar intereses y utilidades al exterior, restringido en ese entonces por la existencia de controles de cambios.

Además, la Argentina se obligaba a invertir las divisas que produjera ese comercio primero, en compras en el Reino Unido; segundo, en el pago de los servicios de la deuda pública externa. Adquiriendo también la obligación de dispensar un “tratamiento benévolo” a empresas de servicios públicos y otras de capital británico.

A todas luces se trató de un pacto de claudicación total para los intereses argentinos, que ni siquiera llegó a conciliar plenamente los pedidos del lobby ganadero local.

El asesinato del senador Enzo Bordabehere, en 1935, dejaría en evidencia la injerencia del poder de los frigoríficos; un atentado en realidad dirigido hacia el senador demócrata progresista Lisandro De la Torre, denunciante de maniobras de evasión y ocultamiento de datos de los frigoríficos extranjeros, en connivencia con el gobierno local.

El hecho ocurrió en el Congreso Nacional, durante el trágico debate del día 23 de julio de 1935 cuando, en el más fuerte intercambio de insultos, De la Torre se acercó a Federico Pinedo –ministro de Hacienda- y a Luis Duhau -ministro de Agricultura-, cuando éste último golpeó y empujó al senador. De la Torre cayó al suelo y Enzo Bordabehere, senador electo por Santa Fe, corrió en su ayuda.

Un sujeto presente en el recinto, el delincuente Ramón Valdez Cora, disparó dos veces sobre la espalda de Bordabehere, haciendo otro disparo que lo hiriera en el pecho, al darse vuelta; muriendo el mismo día, a consecuencia de las heridas producidas por tres impactos de cuatro disparos  que hiciera Valdez Cora con un revólver Tanque, calibre 32 largo, de origen español, producido por la empresa “Ojanguren y Vidosa”, en Eibar (Guipúzcoa).

 El asesino fue detenido y desarmado en la sala de Taquígrafos, hacia donde huyera, por el agente de policía Cofone, interviniendo inmediatamente el subcomisario Florio, ambos de servicio en el Congreso Nacional. Se lo pudo identificar, estableciéndose que era Ramón Valdez Cora, de cuarenta y dos años, ex comisario de la policía provincial bonaerense que prestara servicios en el partido de Vicente López, con fama de torturador y múltiples procesos por estafas, falsificación de documentos y extorsiones a prostitutas; devenido en matón del Partido Demócrata (conservador), al que estaba afiliado, siendo hombre de confianza del ministro de Agricultura Luis Duhau.

No hubo explicaciones sobre la forma en que ingresara, armado, al recinto de sesiones.

Valdez Cora fue puesto a disposición del Juzgado en lo Criminal y Correccional Federal Nro. 2 de la Capital Federal, a cargo del Dr. Miguel Jantus, Secretaría del Dr. Gaché Pirán, donde al ser indagado confesó ser el autor material del asesinato de Enzo Bordabehere, alegando haber actuado por impulso propio en un momento de ofuscación, en defensa de amigos políticos. Fue condenado a veinte años de prisión y en 1947 solicitó la libertad condicional por ante el Juzgado en lo Criminal y Correccional Federal a cargo del Dr. Rivas Argüello, Secretaría de Abel María Reyna, a la que no se hizo lugar entonces, quedando finalmente en libertad en 1953 sobre la base de informes que acreditaban su “buena conducta” carcelaria.

No hubo investigaciones ni encausados como instigadores del crimen, como suele ocurrir en los hechos rodeados de gente “bien”, de “alcurnia y prestigio”.  Si los hubo, en el terreno humano, gozarían de la más absoluta impunidad. Solo Dios podrá saberlo fehacientemente.

(Archivo histórico –Dirección General del Archivo General de la Corte Suprema de Justicia de la Nación)

 La historia de éste hecho delictivo con connotaciones político-entreguistas perpetrado en tiempos de la presidencia del general de división (EA) Agustín P. Justo durante el período conocido como “La década infame” fue llevada al cine. La reflejaAsesinato en el Senado de la Nación”, película argentina histórica realizada en 1984 con guion de Carlos Somigliana, dirigida por Juan José Jusid, que fuera protagonizada por Miguel Ángel Solá, Pepe Soriano, Oscar Martínez, Arturo Bonín y Rita Cortese.

Puede verse cliqueando sobre la siguiente imagen del póster:


 

Una vez corrido el velo del ocultamiento, quedó al desnudo el carácter parasitario y corrupto de las grandes corporaciones locales y extranjeras y su falta de escrúpulos para el uso de la violencia.

Al caducar el Pacto Roca-Runciman en 1936, con Gran Bretaña aún más cerrada en el contexto de la economía, se suscribió el Pacto Malbrán-Eden, ratificando sus términos y otorgando ventajas adicionales a los británicos, como la facultad de definir los precios de las carnes, independientemente de los costos de producción y valores del mercado internacional.

Curiosamente, el Tratado de 1936, firmado por sir Anthony Edén, el infaltable sir Walter Runciman por parte de Gran Bretaña y los embajadores argentinos en Londres y París, Manuel Malbrán y Tomás Le Breton, nunca fue ratificado por el Congreso, pero siguió en vigencia hasta 1948, siendo la piedra fundamental de las relaciones entre Inglaterra y Argentina.

Riquezas para pocos, penurias para muchos.

Basta leer las descripciones de Georges B. Clemenceau, en 1910, sobre la situación de los obreros azucareros tucumanos en 1910. El famoso político francés visitó la República Argentina con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo y en el mes de agosto viajó a la provincia de Tucumán, llegando a los ingenios Santa Ana y Lules junto con el periodista de Le Fígaro Jules Huret.

Dijo entonces Clemenceau: “Los barrios de los trabajadores son de una indescriptible pobreza. A ambos lados de las calles hay hileras de pequeñas casas de un piso, donde las más elementales medidas de higiene están ausentes. Las mujeres y los viejos permanecen sentados, inmóviles, en medio del polvo, con la bombilla en la boca, tomando el mate. Los niños, que se mueven por todas partes, apenas se les distingue de los chanchitos que buscan comida en los basurales. De acuerdo a los standars europeos, esta gente vive en una condición miserable. Sin embargo, el clima hace fácil la existencia y ellos parecen encontrar su existencia bastante llevadera. Podemos concebir que tendrán en el futuro una mejor condición, lo que alcanzarán cuando obtengan una mejor remuneración del trabajo que ellos aportan. Pero las leyes para la protección del trabajo son desconocidas en Argentina… los diputados y senadores con quienes conversé me parecieron favorables a este punto, aunque los vi con tendencia a diferir las realizaciones por tiempo indefinido…” (Historia de América Latina y del Caribe. Desde la Independencia hasta hoy- José del Pozo pag. 120; segunda edición, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2009 /ISBN 978-956-00-0081-1).

O antes, el terminante informe del médico, abogado, empresario y constructor catalán Joan Bialet i Massé, precursor del derecho laboral argentino, sobre la crítica situación de las clases obreras y rurales argentinas a principios del siglo XX (“Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas”, Juan Bialet Massé, 30 de abril de 1904 – Primera edición. La Plata: Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, 2010. ISBN 978-987-24777-5 [volumen I] e ISBN 978-987-24777-5-2 [volumen II]).

En 1937, el relato más elocuente fue el de Alfredo L. Palacios en su gira por el norte del país, plasmado en su libro "El Dolor Argentino" (Buenos Aires, Editorial Claridad, 1938). Allí describía con detalles la situación lacerante de los niños del noroeste argentino.

Para 1937, Roberto Arlt, enviado especial por el diario El Mundo (notas publicadas entre el 7 y el 17 de diciembre de 1937), denunciaba en sus crónicas el hambre que había en el campo santiagueño como consecuencia de la sequía horrorosa de ese año.

El tema es ampliamente tratado en el trabajo de Jens Andermann, profesor de Estudios Latinoamericanos y Luso-Brasileños en la Universidad de Zürich: “El infierno santiagueño: sequía, paisaje y escritura en el Noroeste argentino” ( Biblioteca del Ibero-Amerikanisches Institut-Preußischer Kulturbesitz / Berlin. Descargar, en español, formato pdf, cliqueando sobre la imagen siguiente :

         Buenos Aires daba la espalda a ese país oculto. 

 

Poco antes se vanagloriaba de la inauguración de la avenida 9 de Julio, mientras que en Santiago del Estero se asaltaban trenes para quitarles el agua.

 ©Enrique F. Widmann-Miguel / IberInfo-Buenos Aires

 

 

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